30 sept 2007

JUGANDO MI HISTORIA

Nací en la primavera de 1969, año memorable para muchos de la mano de una huella histórica. Para algunos menos por una protesta en pareja y al desnudo, en un hotel de Ámsterdam, y para muchos menos porque Serrat grabó su primer LP en castellano.
 Para sólo algunos pocos, digamos… muy pocos…, más precisamente, para mis padres y abuelos, el acontecimiento más importante aquel año fue mi llegada. De mi infancia tengo vagos recuerdos, y a decir verdad desconfío de aquellos que pueden relatar con demasiado detalle lo sucedido en su niñez. Supongo que lejos de obedecer a cierta habilidad o al desarrollo de la memoria, el hecho de recordar fragmentos aislados, tiene que ver con la forma en que percibíamos las cosas.
Tal vez porque todo era para “disfrutar”, no entendíamos de problemas de trabajo, desocupación, deuda externa, falta de dinero, desaparecidos, diferencias políticas,… no había más bandos que los que se alineaban a un lado y al otro de la línea, para jugar un “quemado” en el patio del cole. Todo era para el disfrute, y no porque todo fuera bueno, no señor. También habían momentos malos. Pero bueno o malo, se lo vivía intensamente, y al rato, ya se estaba ocupado en otra cosa. T
odo era percibido y vivenciado con la intensidad que el momento ameritaba. Las imágenes son vagas, recortadas, algunas más intensas que otras, pero van llegando, impregnadas de sensaciones, que las hacen inolvidables y que reviven al recordarlas. Las cajas de botones y cintas que mi bisabuela guardaba en el ropero y que nos prestaba para jugar, en una atmósfera de misterio y magia que sólo se encuentra en un ropero antiguo de bisabuela. Manolito!!! Mi bebote con cuerpo de trapo celeste que tenía la cara escrita con birome y un corte de pelo “al ras” producto de algún juego de peluquería, paseando en el cochecito de mimbre verde. La maravillosa ansiedad por descubrir qué traía el chupetín con sorpresa, o la mano tendida en el quiosco para ver qué me daban a cambio de “un marrón”. Esperar a que mi abuelo llegara del trabajo para jugar a las adivinanzas de dibujos, y después de la cena, la caminata obligada hasta “El maravilloso Mundo del juguete” que tenía una vidriera giratoria en el local de la calle Florida. Las caras de arena, los dibujos y los castillos en la playa, guardan emociones que tienen olor a humedad salada y de olas rompiendo contra el muelle de madera de La Lucila. Las aventuras en el cangrejal, y la misión de secreto contraespionaje para que papá no se diera cuenta que nos llevábamos un frasco lleno de cangrejos vivos para tener de mascota. Como cuando mamá tuvo que improvisar un pequeño “Ecosistema” e una caja, para las treinta y seis ranas que vinieron de contrabando después de una tarde en los bosques de Ezeiza. Ir a jugar a la casa de “la mejor amiga”, después del cole, con la excusa de “hacer los deberes”, la hamaca de madera que había en el balcón, en la que podíamos subir de a cinco o seis, cuando venían amigos a jugar. Romina (una perra que quemó karma a lo loco soportando nuestras manifestaciones de cariño). La casita de tela que papá nos armó con caños y mamá pintó para nosotros. Las latas de botones viejos, de muchos colores y varios tamaños, que junto a algunos diarios y las banquetas de la cocina, se convertían rápidamente en comercios de cualquier ramo para jugar a comprar y vender. La obligada “lucha libre” con mis primos en la cama de mis abuelos paternos después de ver “Titanes en el Ring” los domingos al medio día, antes de los ravioles. Los juegos en el asiento trasero del auto, haciendo de cada viaje corto o largo, una aventura en sí misma. Los jueguitos de doctor que nunca faltaban en la lista de Papá Noel y que traía respetuosamente. Los “juegos de química” y los de magia. Las figus de Sarah Key, y las meriendas con la tele, mirando a Meteoro, Astroboy, Heidi, La Familia Ingalls, o el ratito antes de salir para el cole.
Cuando empezaba la programación, al medio día, con los tres chiflados. Las tardes de sábado con invitación a cumpleaños, con vestido nuevo y colonia “Coqueterías”, que eran toda una aventura aunque no hubiera animadoras, ni princesas o superhéroes a la hora de las velitas.
El “Segelín”, el “Escalectric” de mi hermano, y las tacitas en miniatura de porcelana que mi mamá nos prestaba para jugar cuando estábamos enfermos, en un último esfuerzo por mantenernos “en cama”, como los médicos de antes aconsejaban.
Y antes de irnos a dormir, nos despedía el “Mono relojero” y después de pelearnos con mi hermana por ver ¿quién dormía con la perra?, venían los cuentos!. Los cuentos de la noche. Los cuentos que mamá inventaba o los clásicos a los que les cambiaba los finales porque le parecían muy “trágicos”. Los juegos en la bañadera!!! Juegos de dedos arrugados y espuma.
 Las tardes en la plaza de Avenida Independencia, y el pizarrón de pared de ladrillos para jugar a la maestra con mis hermanos, en el balcón de casa… Las tardes de travesuras en el patio del convento, donde íbamos a jugar los sábados a la tarde después de “catequesis”, y los “asaltos” de séptimo grado.

Con el tiempo, la ingenuidad y el vivir cada momento… se va perdiendo, y no estoy segura que el análisis aporte algún beneficio, del porqué,.cómo o cuándo, dejamos de “sentir” para “pensar”, dejamos de “disfrutar” para “analizar”, dejamos de “llorar” para no parecer débiles, dejamos de “reir” para no parecer superficiales, y dejamos de “jugar” para no parecer inmaduros, Por suerte, tengo un compañero que me recuerda permanentemente que es lícito sonreir, aún en las situaciones más solemnes, y me “trae” de vuelta, cuando estoy creyendo que es lícito ser solemne, aún en las situaciones más risibles.

También he tenido alumnos que me impulsaron a jugar más allá de las realidades adversas, y puedo encontrar en un bloque de arcilla o unos colores la posibilidad de proyectarme a un abismo de sensaciones incomparables.

 Pero lo mejor, es que tengo una estrella,…que desde hace diez años me da la posibilidad de jugar a ser mamá, de contarle cuentos con finales cambiados, de armar para ella las cajitas de botones para comprar y vender, de atrapar “ranas”, de jugar en la arena y de volver a pegar la nariz contra el vidrio en la vidriera de la juguetería.

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